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De la masa a la multitud: o por qué no hay que mirar el crowdfunding como anécdota

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Juan Freire, en asociación con Antoni Gutiérrez Rubí, ha publicado una trilogía de artículos sobre su proyecto de investigación sobre la idea crowd. Supongo que es la posición periférica cultural e intelectual española o del castellano y su entorno el que nos lleva a emplear un término que tanto nos cuestra traducir pero en el que lo importante es el concepto de diseminación y diversidad acumulados en torno a plataformas o tecnologías de conexión que sirven para agregar ideas y proyectos. ¿Por qué debe leerse más allá del ejercicio intelectual para interesados en la economía y la sociedad contemporáneas si usted se dedica a contar historias con imágenes y se encuentra atribulado por el cambio digital?

Voy a dar dos razones: la primera es porque lo que Freire describe es todo un modelo de producción vinculado a lo que llamamos digitalización. Seguimos llamando al cine, por ejemplo, industria (que, efectivamente, es equivalente a sector) con todas las reminiscencias a la máquina de vapor y al cronómetro. Y no lo vemos como una forma de expresión de narrativas con imágenes (eso sin contar con los elementos no visuales que incorpora la convergencia) insertas en un espacio tecnológico que genera la dispersión del contenido, la cooperación en todos sus términos y su recreación y adaptación a los intereses individuales, sean estos de creadores o consumidores. Un espacio que, a su vez, funde todas las formas narrativas con imagenes independientemente de la intención industrial.

La segunda razón de lectura es porque el esquema nos conduce a una mirada al crowdfunding (sólo una parte de la cuestión crowd) sin esa épica romántica que se le da ahora y que es la que genera los prejuicios, sino como parte de un todo en el que se substituyen la producción de uno a muchos (para la masa, con desviaciones escasas sobre el mínimo común denominador que la escala óptima para producir introduce) a la de muchos a muchos (multitud, entre iguales, peer to peer) y que genera espacios de innovación permanente (mutantes, remezclados, más grandes que su medio original) basados en el tradicionalmente denominado consumidor que adapta la oferta a su circunstancia: como hace el software libre.

Estamos rozando probablemente los entornos sugerentes que, con una base más que real, entran en esos espacios que se pueden calificar de ciberutópicos: no están plenamente, pero combaten por emerger. En síntesis: solo esa mirada en la que se invierte la producción y la comunicación de masas hacia la producción y comunicación de y entre las multitudes (un espacio donde todos los outputs posibles son posibles, es decir, donde lo minoritario entendido como personalizado es siempre posible en un espacio de comunidades cambiantes) permite entender el conflicto de paradigmas al que está sometido el autor y productor audiovisual: para la industria tradicional la cuestión es cómo seguir haciendo productos para la masa y cobrar por un esquema de masas y no producir para multitudes cocreadoras y codifusoras donde los ingresos son producto del ecosistema y no de la venta física unitaria. Salvo que se fuerce por la ley: los alfareros no tuvieron a nadie que les impidiera competir contra la producción masiva de jarras, ni mucho menos las de plástico.

Razonar así no es sencillo, pero es el espacio de búsqueda de algo que aún no comprendemos bien: el mundo analógico producía con artesanos que sacaban unidades sueltas nunca iguales entre sí y personalizables a un coste elevado; el mundo industrial producía copias en cantidades inmensas a costes bajos y con escasas posibilidades de adaptación individual; el mundo digital hace la copia barata, cuasi grauita y con posibilidad plena de adaptación a la circunstancia hasta el punto de dejar de ser copia. El primer modelo tenía en la venta cuasi bajo demanda de una pieza física que no se puede obtener de otra manera: en el arte, la copia a mano o la interpretación en directo. La retribución es, prácticamente, bajo pedido. El segundo se basa en la compra de unidades físicas as is, tal y como son y por una predicción de la demanda y con una concepción en la práctica cerrada: usar y tirar. El tercero se basa en la adaptación de conocimiento o creación a la circunstancia que, a su vez, genera nuevo conocimiento o creación manipulable por otros para su circunstancia. Y su modelo de negocio no reside en la reproducción.

Es interesante comprobar que la artesanía no ha muerto, ni la copia por la copia (esos coleccinistas de vinilo). Es decir, que el entorno integra las otras formas de producción dentro de la nueva en una forma de diversidad propia de lo multitudinario y no de lo masificado.


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